Narrar con el paladar
La escritora gastronómica, M.F.K. Fisher, cocinando.
Historias que se comen
“Cortó la tarta con cuidado, como si en ese momento pudiera recomponer todo lo que se había roto.”
La literatura propone un lugar en donde las certezas que tenemos sobre muchas cosas se suspenden y, a través de la lectura, nos ofrece otros sentidos para situarnos dentro de la realidad. Personas, lugares, cosas, animales tienen la posibilidad, a lo largo de páginas y páginas, de transitar los matices de la existencia para hacer resonar en el lector sensaciones acerca de cómo ver el mundo y a sí mismo.
Por su lado, la cocina alude a los alimentos, al modo de seleccionar los productos, a la forma de prepararlos y a cómo y cuándo comerlos. Es un espacio de despliegue de manifestaciones culturales que se traducen en reuniones familiares, circulación de recetas y trabajo en el campo, intercambio de experiencias, encuentro comunitario, transmisión de productos y técnicas, reproducción de tradiciones, que configuran una forma única de habitar el mundo.
El famoso aforismo “somos lo que comemos” sitúa a la cocina en un lugar particular dentro de los múltiples escenarios de acontecer de lo humano. Comer, cocinar, compartir un café, un vino, son prácticas que crean condiciones para la circulación social, para el diálogo, para que algo suceda. Estas características le han otorgado una importante representación en la literatura.
Escenario privilegiado para la aparición de tramas humanas, existen en el mundo muchas obras de arte en torno al alimento, a las personas y a los estilos en que los cocinan, lo que nos ofrece un suculento ángulo para conocer más.
Existen libros como Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, o Una escritora en la cocina, de Laurie Colwin, en donde la transformación del alimento y su consumo son la base sobre la que se tejen entramados y giros. También hay los que recurren al uso del espacio de la cocina como un prisma por el cual ampliar la comprensión sobre una situación, personaje o lugar.
Charles, el treintañero que vive en alguna gran ciudad de los Estados Unidos de mediados de los setentas, en la novela Postales de invierno de la gran Ann Beattie, es un personaje que en su historia devela rasgos de la experiencia de una generación desencantada y huérfana de referentes, y que se vuelve más íntimo y concreto a través de las formas en que expresa su preocupación por alimentar(se) a las personas que lo rodean. Tener a la mano un pedazo de carne para asarlo en la sartén mientras abre la lata de arvejas es su salvación y su amorosa condena.
“Jamás se contentó Nápoles con respirar solamente oxígeno. Integraba la mezcla con fermentaciones de tabaco, café, manteca, cocciones interminables a fuego susurrante. El ragú, más que la salsa de los domingos, es una necesidad de producir olor, humo, suave, incienso de cocina en funcionamiento (...) había que vestir el aire antes que dejarlo desnudo”, así describe el protagonista del libro Napátrida. Volver a Nápoles, del autor Erri de Luca, la particularidad de su ciudad a medida que se enfrenta a un retorno inminente. En este libro, la búsqueda por el sitio de origen se traslada al mundo de las sensaciones, en donde el cuerpo toma más protagonismo a través de relatos sobre aromas y sabores.
Matilde Sánchez escribe en la hermosa novela El Dock: “A ciertas horas del día, todo el edificio despedía esa fragancia indefinible de carnes o verduras, que escapaba de la minúscula cocinita escondida en el placard y que ahora yo asociaba a los grandes hospitales del estado o a esos viejos hoteles tradicionales donde se servía comida a los pasajeros. Un aroma durante años bastó para recobrar una sensación inmediata de amparo, que en la realidad no es privilegio de los buenos hogares burgueses, sino también de aquellas familias con una filosofía hospitalaria de la alimentación.” Puede ser que la literatura explique, a través de la incorporación de la cocina, lo que no tiene otra forma de ser dicho.
Se escribe “agua de coco”, pero se sienten las tibias olas del mar en nuestros pies. Así funciona con la comida: una máquina del tiempo por excelencia que nos traslada con explosivas sensaciones, tejiendo memorias individuales y colectivas. Como la literatura, nos conecta con memorias que configuran a una comunidad.
Además de los libros mencionados, les recomiendo los siguientes para seguirle un poquito más la pista:
Heartburn, Nora Ephron: de la gran escritora de la comedia romántica, quien explicó el amor siempre en clave de humor. Entre recetas, cuenta la historia de una mujer que ve su matrimonio terminar.
El festín de Babette, Isak Dinesen: este clásico situado en un territorio lejano, casi fantástico, en donde mucho gira en torno a una cena y su preparación. Es un despliegue de generosidad en imágenes y sensaciones. Hay película.
Hamnet, Maggie O’Farrell: no necesariamente de cocina, cocina, pero sí un bello libro acerca de hierbas y creencias que transforman a las antiguas mezclas y a las manos que las preparan en medios que sostienen la vida y la magia.