El mate amargo

Ilustrado por Canela Sin Miedo

Ilustración por @CanelaSinMiedo

Ilustración por @CanelaSinMiedo

 

De cómo una bebida amarga, tiene un significado dulce: una breve historia del mate y nuestra familia argentina.


 

Fuera de los países que más lo consumen, el mate no es muy conocido. Alguna gente sabe de él por los futbolistas argentinos, uruguayos o brasileños que siempre andan con uno en la mano. Incluso hay mitos en internet que dicen que el mate es un ritual religioso argentino dedicado a un supuesto dios gaucho. Pero el mate es más que la bebida favorita de los futbolistas, y no es ningún ritual pagano. Es, de alguna manera, un sello de identidad para mucha gente del sur del continente, a la que le cuesta imaginar la vida sin él. 

Para tomarlo se necesita un mate –el recipiente–, una bombilla –el sorbete con un pequeño cernidor en su base–, un termo con agua caliente y, obviamente, la yerba. La persona que está a cargo de preparar el mate es una sola –la cebadora–. Es opcional endulzarlo o agregarle otras yerbas o yuyos, como tilo, cedrón o cáscara de naranja. 


Ilustración por @CanelaSinMiedo


En Paraguay se toma con agua fría, por el tremendo calor que hace. En Chile se toma en un mate muy grande, que circula entre varios comensales antes de acabarse. En el campo tucumano se toma con aguardiente y se flambea. Dicen que los taxistas uruguayos tienen un mecanismo instalado en sus autos para cebar mate mientras manejan, y que los gauchos brasileños toman el mate con el agua hirviendo, directo de la pava. Pese a las múltiples costumbres en torno al mate, en todos lados es considerada una bebida social, que se toma con la familia o con amigxs. 

Durante la vorágine política que se vivía en nuestra región, en 1975 mi familia salió de Tucumán, la provincia azucarera de Argentina. Por una corazonada de mi abuelo, se instalaron en Quito, en lo alto de los Andes ecuatorianos. Mis abuelxs, Evelia y Rolando, trajeron a sus cuatro hijxs y dejaron atrás su trabajo, sus amigxs, el resto de su familia, su casa, su perro y gran parte de su cultura. 

Una de las cosas que dejaron en la Argentina fue el mate, cuyo recuerdo se fue perdiendo paulatinamente. Si estás construyendo una vida nueva, en un país donde no conoces a nadie, no te detienes porque ya no puedes tomar unos mates a la hora de las siesta. Sin embargo, dejar esas pequeñas cosas supone un costo e implica un vacío difícil de llenar.  

Con el pasar del tiempo, ya en Ecuador, mis abuelxs se convirtieron en fanáticxs del café ecuatoriano preparado en cafetera italiana, y mi mamá y sus hermanxs empezaron a tomar té negro con varias cucharaditas de azúcar. Como dice mi abuelo: lo único que no tiene arreglo es la muerte. Y mi familia estaba iniciando en Quito una vida muy feliz. 

Mi hermana y yo somos hijos de una tucumana y un quiteño, y sabíamos que nuestra familia era mitad argentina, y que nosotrxs también. A veces, en la escuela, yo presumía un poco de eso, para hacerme el muy muy. En mi casa todos los fines de semana se comía asado y en el mundial íbamos por Argentina. A esas pequeñas cosas se reducía mi relación con ese origen que parecía tan importante y a la vez tan lejano. 

Así fue, hasta que en el año 2001 mi mamá hizo un viaje a la Argentina, el segundo en veinticinco años, y tras un mes que duró un siglo, trajo un kilo de yerba mate, un termo, un mate y una bombilla. Ese fue el inicio de una nueva etapa. Siempre era ella quien cebaba el mate que tomábamos de vez en cuando los sábados por la mañana, ya que en esa época conseguir yerba en Ecuador era difícil y caro. Al principio lo tomábamos con azúcar, “porque somos tucumanos”, bromeaba. Luego lo preparaba con edulcorante “por salud”, aunque los ortodoxos objeten.


La costumbre del mate viene de los pueblos originarios de la zona del río Paraná. Se dice que en su época era una bebida ceremonial y que se tomaba sin bombilla, cirniéndola entre los dientes. Por el proceso de conquista español, la fuerte presencia de la Compañía de Jesús en la zona de Misiones, y el comercio que mantuvieron con otras ciudades del continente, el mate se popularizó por toda Sudamérica. 

Durante la Colonia, en ciudades como Santiago, Lima o Quito, el mate reemplazaba al té y era considerado un producto de lujo, que las familias acomodadas consumían. Sin embargo, con la salida de los jesuitas del continente, el consumo de mate se redujo a las zonas aledañas y a los lugares donde se producía la yerba. Por eso, en Chile y Bolivia ya no es tan común, y en Perú y Ecuador desapareció del todo. 

A finales de la primera década de este milenio, algunos mercados, delicatessen y supermercados retomaron la importación de la yerba mate a Quito, y tomar mate fue algo cada vez más frecuente en mi casa. Mi mamá nos enseñó a cebar mate y, para mí, era un honor cebar para ella y mi hermana, era como ser el maestro de ceremonia de un ritual que no sabía muy bien de qué se trataba. 

Eventualmente mis abuelxs también volvieron a tomar mate, siempre con nosotrxs. Para mi abuela se prepara mate dulce, porque ella es muy golosa, y para mi abuelo se prepara mate amargo, por que así le gusta a él. Siempre hacen una reseña de cómo estuvo el mate y es una pequeña victoria cuando dicen “Emilianito, el mate está muy bueno”. Mis primos también lo toman, y siempre bromeamos sobre quién sabe preparar mejor el mate, y en nuestro chat compartimos fotos cuando algunx está tomando uno que se ve delicioso. 


Ilustración por @CanelaSinMiedo


En la actualidad, en Argentina, Uruguay y Paraguay el consumo de mate es generalizado y, cómo no, se disputan el título de quién lo prepara mejor, quién lo toma más o de dónde es originario. En cualquier caso, el mate es una costumbre que se pasa de generación en generación y se ha mantenido pese a la globalización y los reveses económicos y políticos. El mate todavía es una bebida que se toma en familia o con amigxs, se lleva a clases y se convida con lxs compañerxs, y que une a quienes lo comparten. 

Es impresionante cómo una bebida tan amarga puede tener un significado tan dulce. Es un túnel del tiempo que nos conecta con lo que hacían nuestros ancestros hace siglos y es una bebida sencilla, pero importante, que nos permite celebrar cotidianamente nuestra identidad. Para mí, lejos de toda connotación nacionalista o folklorista, el mate cumple la función de reivindicarme como hijo y nieto de migrantes. Es un puente hacia nuestro origen, en el Noroeste Argentino, y recordatorio de los motivos por los que mis abuelxs se fueron de ahí. 


Ilustración por @CanelaSinMiedo


La banda chilena Asamblea Internacional del Fuego, le dedica una canción llamada El mate amargo a lxs desaparecidxs por la dictadura de Pinochet y a la gente que estuvo en resistencia contra su régimen. “Hermanos ausentes/ el mate se enfría/ y la gente que falta…”. Escuchando esa canción en Quito, a finales del año 2019 me di cuenta que lo importante no es la bebida. 

Es con quiénes se toma.

Unx espera a los que más ama con un mate, comparte unos mates con sus amigxs más queridxs, con su pareja, con sus hermanos, con su madre. El mate, actualmente es una reivindicación de lo colectivo, que es propio de nuestra raíz sudamericana, en especial frente al individualismo salvaje impuesto por la globalización. El mate, en esencia, es una celebración del vínculo con quienes nos rodean.


 

@CanelaSinMiedo y Emiliano Samaniego Moya, son hermanxs y han colaborado en algunas publicaciones. Canela es arquitecta e ilustradora y Emiliano es psicólogo y escritor. Sus intereses abordan la cultura, el feminismo, el punk y la política.


Emiliano Samaniego Moya